Freud dijo que la meta de la terapia era hacer
consciente lo inconsciente. Verdaderamente, hizo de este postulado el núcleo de
su trabajo como teórico.
Carl Jung, joven colega de Freud, se dedicó a la
exploración del “espacio interno” a través de todo su trabajo. Se lanzó a la
tarea equipado con los antecedentes de la teoría freudiana, por supuesto, y con
un conocimiento aparentemente inagotable sobre mitología, religión y filosofía.
Pero era especialmente audaz en el simbolismo de tradiciones místicas complejas
tales como gnosticismo, alquimia, cábala y tradiciones similares en el
hinduismo y el budismo.
Jung estuvo muy interesado en cuestiones
relacionadas con la muerte, con el territorio de los muertos y el renacimiento
de los mismos. Para él, esto representaba el inconsciente mismo. No aquel
“pequeño” inconsciente del que Freud hizo tan grande, sino un nuevo
inconsciente colectivo de la humanidad. Un inconsciente que podía contener
todas las muertes, no solo nuestros fantasmas personales. Jung empezó a
considerar que los enfermos mentales estaban poseídos por estos fantasmas, en
una época donde se supone que nadie creía en ellos. Con el solo hecho de
“recapturar” nuestras mitologías, entenderíamos estos fantasmas, nos
sentiríamos cómodos con la muerte y así superar nuestras patologías mentales.
Los críticos han sugerido que Jung estaba
simplemente enfermo cuando todo esto ocurrió. Pero Jung creía que si queremos
entender la jungla, no nos podemos contentar con solo desplazarnos por sus
alrededores. Debemos entrar en ella, no importa cuán extraña o aterradora pueda
verse.
La teoría de Jung divide la psique en tres
partes. La primera es el Yo, el cual se identifica con la mente
consciente. Relacionado cercanamente se encuentra el inconsciente
personal, que incluye cualquier cosa que no esté presente en la
consciencia, pero que no está exenta de estarlo. El inconsciente personal sería
como lo que las personas entienden por inconsciente en tanto incluye ambas
memorias, las que podemos atraer rápidamente a nuestra consciencia y aquellos
recuerdos que han sido reprimidos por cualquier razón. La diferencia estriba en
que no contiene a los instintos, como Freud incluía.
Después de describir el inconsciente personal,
Jung añade una parte al psiquismo que hará que su teoría destaque de las
demás: el inconsciente colectivo. Podríamos llamarle sencillamente
nuestra “herencia psíquica”. Es el reservorio de nuestra experiencia como
especie; un tipo de conocimiento con el que todos nacemos y compartimos. Aún
así, nunca somos plenamente conscientes de ello. A partir de él, se establece
una influencia sobre todas nuestras experiencias y comportamientos,
especialmente los emocionales; pero solo le conocemos indirectamente, viendo
estas influencias.
Existen ciertas experiencias que demuestran los
efectos del inconsciente colectivo más claramente que otras. La experiencia de
amor a primera vista, el deja vu (el sentimiento de haber estado anteriormente
en la misma situación) y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos y
significados de algunos mitos, se pueden considerar como una conjunción
súbita de la realidad externa e interna del inconsciente colectivo. Otros
ejemplos que ilustran con más amplitud la influencia del inconsciente colectivo
son las experiencias creativas compartidas por los artistas y músicos del mundo
en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas
las religiones, o los paralelos de los sueños, fantasías, mitologías, cuentos
de hadas y la literatura.
Un ejemplo interesante que actualmente se discute
es la experiencia cercana a la muerte. Parece ser que muchas personas de
diferentes partes del mundo y con diferentes antecedentes culturales viven
situaciones muy similares cuando han sido “rescatados” de la muerte clínica.
Hablan de que sienten que abandonan su cuerpo, viendo sus cuerpos y los eventos
que le rodean claramente; de que sienten como una “fuerza” les atrae hacia un
túnel largo que desemboca en una luz brillante; de ver a familiares fallecidos
o figuras religiosas esperándoles y una cierta frustración por tener que
abandonar esta feliz escena y volver a sus cuerpos. Quizás todos estamos
“programados” para vivir la experiencia de la muerte de esta manera.
Jung nos brinda tres principios. El primero de
ellos es el principio de los opuestos. Cada deseo inmediatamente
sugiere su opuesto. Por ejemplo, si tengo un pensamiento positivo, no puedo
dejar de tener el opuesto en algún lugar de mi mente. De hecho, es un concepto
bastante básico: para saber lo que es bueno debo conocer lo malo, de la misma
forma que no podemos saber lo que es negro sin conocer lo blanco; o lo que es
alto sin lo bajo.
De acuerdo con Jung, es la oposición la que crea
el poder (o libido) del psiquismo. Es como los dos polos de una
batería, o la escisión de un átomo. Es el contraste el que aporta la energía,
por lo que un contraste poderoso dará lugar a una energía fuerte y un contraste
débil provocará una energía pobre.
El segundo principio es el principio de
equivalencia, donde la energía resultante de la oposición se distribuye
equitativamente en ambos lados. Bueno, eso depende de la actitud que uno tome
con respecto a ese deseo no satisfecho. Si mantenemos ese deseo de forma
consciente, es decir, que somos capaces de reconocerlo, entonces provocamos un
aumento de calidad en el funcionamiento psíquico y crecemos.
Si por el contrario, pretendemos negar que este
pensamiento estuvo ahí y lo suprimimos, la energía se dirigirá hacia el
desarrollo de un complejo. El complejo es un patrón de pensamientos y
sentimientos suprimidos que se agrupan (que establecen una constelación)
alrededor de un tema en concreto proveniente de un arquetipo. O si un hombre
niega su lado emocional, su emocionalidad puede encontrar su forma de expresión
dentro del arquetipo de anima.
Aquí es donde empiezan los problemas. Si
pretendemos que en toda nuestra vida somos absolutamente buenos, que ni
siquiera tenemos la capacidad de mentir y engañar, de robar y matar, entonces
cada vez que seamos buenos, nuestra otra parte se consolidará en un complejo
alrededor de la sombra. Ese complejo empezará a tomar vida propia y te
atormentará de alguna manera.
Si el complejo dura mucho tiempo, puede llegar a
“poseerte” y puedes terminar con una personalidad múltiple. En la película “The
Three Faces of Eve” (Las Tres Caras de Eva), Joanne Woodward daba vida a una
mujer dulce y retraída que eventualmente iba descubriendo que salía a la calle
los sábados en la noche, asumiendo una identidad contraria. No fumaba, y sin
embargo encontraba paquetes de cigarrillos en su bolso; no bebía, más se
levantaba con resaca y no flirteaba con hombres, aunque encontraba ropas en su
habitación de lo más sexy. Es importante decir aquí, que a pesar de que el
trastorno de personalidad múltiple es raro, cuando aparece no tiende a
presentarse de una manera tan extrema.
El último principio es el principio de
entropía, el cual establece la tendencia de los opuestos a atraerse entre
sí, con el fin de disminuir la cantidad de energía vital a lo largo de la vida.
Jung extrajo la idea de la física, donde la entropía se refiere a la tendencia
de todos los sistemas físicos de solaparse; esto es, que toda la energía se
distribuya eventualmente. Si, por ejemplo, tenemos un calefactor en la esquina
de una habitación, con el tiempo el salón completo se calentará.
Cuando somos jóvenes, los opuestos tienden a ser
muy extremos, malgastando una gran cantidad de energía. Por ejemplo, los
adolescentes tienden a exagerar las diferencias entre sexos, siendo los chicos
más machos y las chicas más femeninas, por lo que su actividad sexual está
investida de grandes cantidades de energía. Además, estos oscilan de un extremo
a otro, siendo locos y salvajes en un momento y encontrando la religión en
otro.
A medida que nos vamos haciendo mayores, la
mayoría de nosotros empieza a sentirse cómodos con nuestras facetas. Somos un
poco menos idealistas e ingenuos y reconocemos que somos una combinación de
bueno y malo. Nos vemos menos amenazados por nuestros opuestos sexuales y nos
volvemos más andróginos. Incluso, en la edad de la vejez, las mujeres y los
hombres tienden a parecerse más. Este proceso de sobreponernos por encima de
nuestros opuestos, el ver ambos lados de lo que somos, es llamado trascendencia.
La meta de la vida es lograr un self. El self es
un arquetipo que representa la trascendencia de todos los opuestos, de manera
que cada aspecto de nuestra personalidad se expresa de forma equitativa. Por
tanto, no somos ni masculinos ni femeninos; somos ambos; lo mismo para el Yo y
la sombra, para el bien y el mal, para lo consciente y lo inconsciente, y
también lo individual y lo colectivo. Y por supuesto, si no hay opuestos, no
hay energía y dejamos de funcionar. Evidentemente, ya no necesitaríamos actuar.
Si intentamos alejarnos un poco
de las consideraciones místicas, sería recomendable que nos situáramos en una
postura más centralista y equilibrada de nuestra psique. Cuando somos jóvenes,
nos inclinamos más hacia el Yo, así como en las trivialidades de la persona.
Cuando envejecemos (asumiendo que lo hemos hecho apropiadamente), nos dirigimos
hacia consideraciones más profundas sobre el self y nos acercamos más hacia una
comprensión más global y esencial de la gente, de la vida y del mismo universo.
La persona que se ha realizado, es decir, que ha desarrollado su sí mismo su
self, es de hecho menos egocéntrica.
El equilibrio o balance de los opuestos ha
encontrado también su contraparte en otras teorías. Autores como Alfred Adler,
Otto Rank, Andreas Angyal, David Bakan, Gardner Murphy y Rollo May hacen
referencias a la búsqueda de un equilibrio entre dos tendencias opuestas, una
dirigida al desarrollo individual y la otra hacia el desarrollo del interés
social o compasión.
Jung tiene mucho en común con los humanistas y
existencialistas. Jung cree que estamos hechos para el progreso, para movernos
en una dirección positiva, no solamente con un fin adaptativo, como los
freudianos y los conductuales defienden. Su idea final del proceso vital es muy
similar a la autorrealización.