17 septiembre 2020

humanista: lo que ocurre en nuestras células es otro espejo de nuestra relación con el entorno

 Actualmente, es bien sabido que la mente y el cuerpo reaccionan al unísono a los estímulos del entorno. De esta relación mente/cuerpo nace la medicina psicosomática, que se centra en el estudio de las interacciones entre los procesos psicológicos (mente) y la ocurrencia de ciertas enfermedades (cuerpo).

El psicólogo Robert Ader se dedicó a investigar cómo influyen ciertos procesos psicológicos y sus emociones en la salud, ya en 1974. Según Ader, hay una infinidad de modos en que el sistema nervioso central y sistema inmunológico se comunican.



Se está descubriendo que los mensajeros químicos que operan más ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunológico son también aquellos que están más presentes en las zonas nerviosas que regulan la emoción. A cargo de estas investigaciones está el psicólogo David Felten. Él comenzó notando que las emociones ejercen un efecto poderoso en el sistema nervioso autónomo (SNA), que es el que regula funciones vitales del organismo. Detectó un punto de reunión en donde el SNA se comunica directamente con los linfocitos y los macrófagos, células del sistema inmunológico. Se descubrieron contactos semejantes a sinapsis, en los que las terminaciones nerviosas del SNA se apoyan directamente en estas células inmunológicas. Este contacto físico permite que las células nerviosas liberen neurotransmisores para regular estas células.

Otra vía clave que relaciona las emociones y el sistema inmunológico es la influencia de las hormonas que se liberan con el estrés. Las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) y el cortisol, entre otras, obstaculizan la función de las células inmunológicas. Sabemos que el estrés anula la resistencia inmunológica, supuestamente en una conservación de energía que da prioridad a la emergencia más inmediata, que es una mayor presión para la supervivencia (Goleman, 1996).

En resumen, el sistema nervioso no sólo se conecta con el sistema inmunológico, sino que es esencial para la función inmunológica adecuada. Esto me parece fascinante y ha sido la causa de una nueva rama de la ciencia llamada Psiconeuroinmunoendocrinología


Basándose en esto, se ha establecido la hipótesis de que el estrés y las emociones negativas, como la ira, la ansiedad y la depresión, podían ser la causa de ciertas enfermedades. Las investigaciones no han arrojado datos clínicos suficientes como para establecer una relación causal, pero sí, se reconoce que, estas emociones, afectan la vulnerabilidad de las personas a contraer enfermedades. Se descubrió que las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias implacables, tenían el doble de riesgo de contraer una enfermedad, incluidas asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardíacos.

Asimismo, se investiga si las emociones positivas son beneficiosas a la hora de la recuperación de la enfermedad. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva a nuestros problemas. Se sabe que los pesimistas descuidan su propia persona, fuman y beben más y hacen menos ejercicios que los optimistas, que son en general más descuidados con su salud. Podría resultar que la fisiología del optimismo es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo contra la enfermedad (Goleman, 1996). La risa brinda una liberación física de las tensiones acumuladas y por tanto se espera que todo aquello que logre que el hombre se mantenga emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López, 1999).

Todas las emociones son buenas, mirándolas desde el papel adaptativo que juegan, sin embargo hoy se sabe que hay algunas que si se salen de los límites normales y se vuelven crónicas, pueden generar síntomas continuados como en el caso del estrés postraumático. El trabajo somático y terapéutico ayuda a reorganizar la experiencia, no sólo desde la comprensión mental sino también desde la química corporal y sus patrones de adaptación saludables.

En mi práctica profesional, el procesamiento ascendente desde la psicoterapia sensoriomotriz junto con el procesamiento descendente con un modelo psicoemocional, generan nuevas rutas metabólicas, emocionales y mentales hacia la salud integral del Ser Humano. De esta visión más holística, el cambio es más duradero y sobre todo, más sentido en el procesamiento. Cuando escuchamos todas nuestras partes por igual surge una mayor expansión de conciencia que sin duda, nos trae un profundo bienestar.

Siguiendo esta propuesta, la sensaciones y emociones asociadas a una situación difícil, tienen la misma importancia que las creencias asociadas y se rastrean ofreciendo un lugar común de integración. Según el impacto de la situación de conflicto se ofrecen diferentes recursos de apoyo y así, se realiza un trabajo más profundo en los tema de apego y quizás traumáticos de nuestra historia. Por ejemplo, la autoobservación de la ansiedad en el cuerpo permitiría procesar la vivencia para llegar a un discurso anclado en la memoria implicita. Desde esa memoria antigua surge la experiencia faltante que tanto aparece en nuestros patrones de repetición: parejas parecidas, jefes con el mismo perfíl, debilidades que parecen no superarse nunca... La toma de conciencia hablada desde esta presencia interna permite una integración con menos defensas y con una mayor durabilidad. Al fn y al cabo, cuando nuestra conciencia interior recibe lo que le faltó el sistema se relaja y la sanación sigue su curso natural, como el río que algún día llegará al mar.