25 octubre 2015

humanista: detectar los hábitos de infelicidad nos acerca a la responsabilidad de una buena vida

 



Todos tenemos malos días, e incluso semanas, en los que caemos en la apatía o la indiferencia. La diferencia entre una vida feliz e infeliz radica en la frecuencia y el tiempo que nos quedamos ahí. Los que nos dedicamos a orientar sobre la felicidad, o al menos sobre la no infelicidad, podemos estar de acuerdo en las siete cualidades siguientes que comparten las personas con tendencias recurrentes a la infelicidad:

1. Piensan por defecto que la vida es dura.

La gente feliz sabe que la vida puede ser dura y suelen enfrentarse a los momentos difíciles con una actitud de curiosidad en vez de victimismo. Se hacen responsables de haberse metido en un lío y se concentran en salir de ahí lo antes posible. La perseverancia ante la resolución de problemas -en lugar de quejarse por las circunstancias- es un síntoma de una persona feliz. Las personas infelices se ven como víctimas de la vida y se atascan en la actitud de "mira lo que me ha pasado" en vez de buscar una salida al otro lado.

2. Creen que no se puede confiar en la mayoría de la gente.
La mayoría de las personas felices confían en sus compañeros. Creen en la bondad de la gente; no consideran que todo el mundo tiene intención de pillarlos. En general, la gente feliz se muestra abierta y simpática con las personas que conocen y desarrollan un sentido de comunidad a su alrededor. Los infelices desconfían de la mayoría de personas que conocen y piensan que no se puede confiar en los desconocidos. Por desgracia, este comportamiento va cerrando poco a poco la puerta a cualquier conexión con el mundo más allá de su círculo interno e impide cualquier oportunidad de hacer nuevos amigos.

3. Se concentran en lo que va mal, no en lo que va bien.
En este mundo y en este instante hay muchas cosas que van mal, son injustas e intolerables. A las personas felices esto les "envenena la sangre", les produce rabia, a las infelices las sume en la melancolía y la desesperación, pero sobre todo en la creencia de que nada puede cambiar. La gente feliz es consciente de los problemas del mundo, pero equilibran su preocupación con el conocimiento de lo que va bien., a las infelices las puedes ver de lejos, quejándose y respondiendo "sí, pero..." a cualquier aspecto positivo de nuestro mundo.

4. Se comparan con otros por envidia.
Una persona infeliz piensa que la buena suerte de los demás les está robando la suya. Creen que no hay suficientes cosas buenas y siempre comparan lo suyo con lo de los demás. Esto lleva a los celos y al resentimiento.Las personas felices saben que su buena suerte y sus circunstancias son simplemente signos de aquello a lo que pueden aspirar a conseguir. Los felices creen que poseen un plan de acción único que nadie puede duplicar ni robar. Creen en posibilidades ilimitadas y no se desaniman pensando que la buena suerte de alguien limita sus resultados en la vida.
5. Ansían controlar su vida.
Existe una diferencia entre el control y las ansias de conseguir nuestros objetivos. La gente feliz va dando pasos todos los días para lograr sus objetivos, pero se dan cuenta de que al final, pocas cosas se pueden controlar en lo que nos depara la vida.
Las personas infelices tienden a microgestionar sus esfuerzos por controlar todos los resultados y se derrumban cuando la vida les destroza su plan. La gente feliz también se concentra, pero tienen la capacidad de dejarse llevar y no desmoronarse cuando se llevan un chasco.
La clave es centrarse en los objetivos, pero dejar espacio para que ocurra lo peor sin derrumbarse. Hasta los mejores planes se desvían. Cuando algo sale mal, la gente feliz tiene un plan B: seguir la corriente.

6. Piensan en el futuro con miedo y preocupación.
La gente infeliz tiene la cabeza llena de pensamientos negativos y no da una oportunidad a lo que podría salir bien.
Las personas felices tienen una dosis saludable de delirio y se permiten soñar despiertos con lo que les gustaría que la vida les sorprendiera. Las personas infelices tienen la mente repleta de miedos y preocupaciones constantes.
La gente feliz experimenta miedo y preocupación, pero existe una gran diferencia entre sentirlo y vivirlo. Cuando el miedo llega al pensamiento de una persona feliz, ésta busca qué puede hacer para evitar que ocurra lo que le preocupa (de nuevo, la idea de responsabilidad). Si no está en su mano, se dan cuenta de que el miedo se está apoderando, y lo aparcan.

7. Siempre hablan de cotilleos y quejas.
A las personas infelices les gusta vivir en el pasado. Lo que les pasa, los problemas, son sus temas preferidos de conversación. Cuando se les acaban las cosas que decir, se pasan a hablar y cotillear sobre la vida de otras personas.

Blas Ramón.  Experto en psicología de la salud y medicina psicosomática

15 marzo 2015

sistémica: nuestros genes presentan el rastro de nuestros antepasados

Desde el trabajo sistémico y transgeneracional hemos comprobado que la vida de nuestros antepasados llega a través de las distintas generaciones hasta nosotros. Para aclarar ciertos temas personales es importante revisar el árbol genealógico para un psicoterapeuta, pero ahora en la biología también comienza a abrirse paso esta relación con hechos del pasado. El acto de tomar a nuestros ancestros como parte nuestra permite que las creencias y asuntos familiares dejen de interferir en nuestro camino para darnos la fuerza de construirlo con la honra de quien somos.

Toda la información consciente o inconsciente está en nuestro Ser, desde el empaquetamiento más tangible, como nuestro material genético, hasta lo intangible como el campo relacional o campo R. Cada pulso a favor o en contra de la vida es un intento de completar el sistema y continuar la evolución natural del grupo al que pertenecemos.

¿Cómo sabe el ADN humano dónde colocar sus piezas para crear exactamente un ser humano particular? No hablamos de un individuo de la especie humana sino a una persona concreta, hijo o hija de ciertos padres, descendiente de cierta genealogía. De primera impresión podríamos pensar que la naturaleza trabaja sobre un cuadro básico de ingredientes, los cuales apenas sufren modificaciones a lo largo del tiempo. Pero según la investigación de un par de biólogos canadienses, las historias de vida (hábitos, estados emocionales, traumas psicológicos) modifican y otorgan a nuestro material genético un grado extra de precisión.
La historia resumida comienza así: un neurólogo y un biólogo entran a un bar, toman un par de tragos y hablan con ligereza de sus respectivas líneas de investigación –al salir han creado un nuevo campo de la genética. Aunque no lo crean, esto es lo que les ocurrió en un bar de Madrid a Moshe Szyf (biólogo molecular y genetista de la McGill University en Montréal) y a su amigo Michael Meaney, neurobiólogo de la misma universidad.

Desde la década de los 70, los genetistas saben que el núcleo de las células utiliza un componente estructural de las moléculas orgánicas, el metilo, para saber qué piezas de información hacen qué –por decirlo así, el metilo ayuda a la célula a decidir si será una célula del corazón, del hígado o una neurona. El grupo metilo opera cerca del código genético, pero no es parte de él. Al campo de la biología que estudia estas relaciones se le llama epigenética, pues a pesar de que se estudian fenómenos genéticos, estos ocurren propiamente alrededor del ADN.
Los científicos creían que los cambios epigenéticos se producían sólo durante la etapa del desarrollo fetal, pero posteriores estudios demostraron que de hecho algunos cambios en el ADN adulto podían resultar en ciertos tipos de cáncer. En ocasiones los grupos metilo se ajustan al ADN debido a cambios en la dieta o a la exposición a ciertas sustancias; sin embargo, el verdadero descubrimiento comenzó cuando Randy Jirtle de la Universidad de Duke demostró que estos cambios podían ser transmitidos de generación en generación.
Szyf y Meaney simplemente desarrollaron una innovadora hipótesis: si la alimentación y los químicos podían producir cambios epigenéticos, ¿era posible que experiencias como el estrés o el abuso de drogas también pudieran producir cambios epigenéticos en el ADN de las neuronas? Esta pregunta fue el punto de partida para un nuevo campo en el estudio de la genética: la epigenética conductual.

 

Según este nuevo enfoque, las experiencias traumáticas de nuestro pasado así como las de nuestros ancestros inmediatos dejan una suerte de heridas moleculares adheridas a nuestro ADN. Cada raza y cada pueblo, así, llevaría inscrito en su código genético la historia de su cultura: los judíos y la Shoah, los chinos y la Revolución Cultural, los rusos y los GULAG, los inmigrantes africanos cuyos padres fueron perseguidos en el sur de Estados Unidos, o bien una infancia de maltratos y padres abusivos. Todas las historias que podamos imaginar están influídas por nuestros antecesores.
Desde este punto de vista, las experiencias de nuestros ancestros modelan nuestra propia experiencia de mundo no solamente a través de la herencia cultural sino a través de la herencia genética. El ADN no cambia propiamente, pero las tendencias psicológicas y de comportamiento se heredan: así, puede que no sólo tengas los ojos de tu abuelo, sino también su mal carácter y su tendencia a la depresión.

Fuente: Instituto Draco

Publicación original en la Revista Discover