18 enero 2021

bioenergética: la teoría polivagal para una mejor resolución de nuestros traumas personales

 

Los primeros años de la infancia influyen mucho, pero no es menos cierto que las emociones de nuestra madre durante el embarazo también nos afectan. Y qué decir de la carga genética y las vivencias que arrastramos de nuestros ancestros. Lo que se vivió en nuestras familias y cómo se vivió sigue determinando lo que ahora creamos y cómo lo creamos desde nuestra libertad de acción y pensamiento. Somos una expresión anatómica y también espiritual en continua evolución, que engloba en nuestro presente todo lo que hemos sido hasta ahora.

La teoría polivagal surgió a partir de sorpresa en la investigación, como tantos descubrimientos que consigue el hombre cuando se deja sorprender por la Naturaleza. Stepehen Porges investigaba el comportamiento de la frecuencia cardiaca en los fetos humanos y en los recién nacidos. Quería comprender qué factores podían ser potencialmente letales. Era algo que tenía que ver con el funcionamiento del sistema nervioso autónomo (SNA). La paradoja que se le presentó fue la siguiente: cómo un nervio que sirve para dar resiliencia y mejor salud al bebé puede ser también el causante de su muerte. La respuesta a esa incongruencia es lo que dio luz a la teoría polivagal. Antes se pensaba que el SNA estaba formado por dos ramas neuronales, el nervio simpático y el nervio vago o parasimpático. Lo que Porges decubrió es que no solo había un nervio vago, sino que había dos nervios vagos, por eso el término polivagal. Uno era el que daba esa capacidad de reacción al estímulo al recién nacido, y el otro era el que le causaba la muerte. Con este planteamiento, el SNA pasaba a tener ahora tres nervios principales: el nervio simpático y dos nervios vagos. 

Los tres sistemas de funcionamiento del SNA y sus respectivos nervios: acercarme a mis semejantes cuando se percibe seguridad con ganas de socialización (nervio vago ventral); movilizarme para huir o enfrentarse a la situación estresante si fuera necesario (nervio simpático); y activar la inmovilización en situación de mucho riesgo para preservar la vida en una muerte fingida (nervio vago dorsal), claro está, con sus consecuencias posteriores a nivel emocional.

La razón por la que nuestro SNA sabe lo que tiene que hacer en cada momento es porque lleva aprendiendo de su entorno 500 millones de años. Según las investigaciones científicas, el nervio vago dorsal fue el primero en desarrollarse y surgió en esa época. La única respuesta que ofrecía este nervio ante la amenaza era la inmovilización para hacerse invisible. Hace 400 millones de años surgió el nervio simpático, un nervio más creativo a la hora de defenderse, pues a la anterior opción le sumaba ahora las estrategias de lucha y huida. Y finalmente, 200 millones de años después, se formó el nervio vago ventral, para ayudarnos a los mamíferos a sobrevivir de una forma aún más creativa todavía, a través de la convivencia.

La teoría polivagal nos enseña también que nuestro sistema nervioso autónomo tiene una estructura de funcionamiento que tiene que ver con la evolución del mismo. La última siempre será la más adaptativa y así, en nuestro caso, la última versión del SNA es la de los mamíferos, la que nos hace buscar la seguridad en el contacto con los demás. Las emociones eran una herramienta desarrollada en los mamíferos para ayudarnos a convivir, y eso es posible porque las emociones son algo que en realidad se manifiesta físicamente. Se reflejan sobre todo en la musculatura de la cara, pero también en el tono de voz que empleamos, o en nuestra postura corporal. Es por eso que este nervio vago ventral también está vinculado con los nervios faciales, esos que nos permiten sonreír, o los que regulan nuestro tono de voz para mostrar que estamos de buen humor y abiertos a conectar con los demás. ¿Por qué piensas que los bebés se sienten a gusto cuando les sonríes y les hablas cariñosamente? Pues porque su SNA detecta lo que es más importante para ellos en este momento: la seguridad y el cariño.

¿Qué ocurre cuando no estamos en un entorno amigable o percibimos una amenaza? En este caso utilizamos la versión anterior de nuestro sistema operativo, ese que nos prepara para la lucha o la huida como cuando te asustas por oír los ladridos de un perro. Nuestro cuerpo reacciona entonces físicamente a través de su nervio simpático, movilizando energía para salir de esa situación y volver lo antes posible a nuestro estado de calma y sociabilidad.

Pero no siempre tenemos los recursos necesarios para volver a ese estado de conexión y seguridad y entonces solo nos queda la versión más antigua de nuestro SNA: la de no hacer nada, la de inmovilización o de alejamiento de los otros. Como el típico estado apático o depresivo en el que no se tienen ganas de hacer nada y la persona se aísla por tristeza y desmotivación. En ese caso, nuestro SNA está desconectado de esa función reguladora que tiene el nervio ventral y nos cuesta más volver a recuperarnos. Normalmente es necesaria una acción exterior para que eso se dé, como por ejemplo, una llamada o una visita uno de un buen amigo.

En realidad, no es que funcione un único nervio a la vez. Cuando nuestro sistema ventral esta activado, lo que ocurre es que los tres nervios actúan cooperando y aportando cada uno de ellos sus principales funciones. El nervio simpático aportará esa energía movilizante que necesitamos para realizar nuestros objetivos y el nervio dorsal nos ayudará a realizar una buena digestión, o echarnos una buena siesta, por ejemplo.

Cuando hacemos la revisión de nuestras creencias limitantes en cualquier proceso de crecimiento personal, sea de autoanálisis o acompañado de un terapeuta, llegamos a momentos difíciles con recuerdos posiblemente traumáticos. Si entramos en el procesamiento más profundo observamos que alguna de las estrategias antes mencionadas estará con mayor presencia. Quizás encontramos un ambiente seguro y todo se recuerde con esperanza y alegría. Sin embargo, suele ocurrir que los mensajes no eran de apoyo o simplemente las figuras de apego no captaron la trascendencia de esa situación para nuestro niño y el trauma queda registrado en nuestro cuerpo, nuestra memoria. Puede aparecer con una sensación defensiva con una rabia acumulada por no haber sido capaz de hacer frente. O podría aparecer en una retirada constante, con un miedo que bloquea cualquier intento de solución. Todo ello, con una motivación de asegurar nuestra supervivencia aunque nuestra autoestima se viese afectada. El sistema nervioso tiene una buena intención pero no le acompañaron los recursos. Es por ello, que aceptar las condiciones familiares y poder aceptar finalmente a aquellos que no nos trataron como necesitábamos, nos conduce a una integración sanadora en busca de nuestros recursos personales en el presente y con la fuerza que aquí y ahora deseemos tener.