Puede
que nos hayamos olvidado, pero todos hemos sido niños. Por aquel entonces,
veíamos la vida con asombro y la disfrutábamos jugando con la imaginación. Pero
tarde o temprano nuestras ilusiones chocaron contra el muro que los adultos
llaman “realidad”, que comenzamos a construir al iniciar nuestra andadura
académica y profesional. ¿Cuántas veces nos han dicho que no podemos ganarnos
la vida haciendo lo que nos gusta? De tanto oírlo, la mayoría nos lo terminamos
creyendo, dejando nuestros sueños de lado.
Pero si
cada uno de nosotros nace con un potencial, con un talento y con una misión
determinados, ¿por qué en general nos dedicamos a profesiones que poco o nada
tienen que ver con nuestros verdaderos valores? La respuesta puede encontrarse en
nuestro cerebro. Este órgano está dividido en dos: el hemisferio izquierdo y el
hemisferio derecho. Curiosamente, cada hemisferio procesa la información que
recibe del exterior de forma distinta. Cada uno está relacionado con áreas y
funciones diferentes. Podría decirse que ambos cuentan con su propia
personalidad.
El
hemisferio izquierdo es el responsable del lenguaje verbal, de la
habilidad lingüística, de la capacidad de análisis, de la resolución de
problemas matemáticos, así como de la memoria y el pensamiento lógico y
racional. Es el más intelectual, formal y convencional de los dos; se le da muy
bien absorber y almacenar información teórica y numérica, como nombres,
definiciones o fechas. Por el contrario, tiende a controlar e inhibir sus
sentimientos. Es el encargado de la organización, el orden, la estructura y la
planificación. Es muy obediente y disciplinado, y se rige por medio de normas,
reglas, protocolos, leyes y procedimientos estandarizados. Y utiliza el miedo
para protegernos y mantenernos a salvo de potenciales amenazas y peligros.
Este hemisferio
busca certezas y solamente se fija en la dimensión física, cuantitativa,
tangible y material de las cosas. Y le cuesta mucho percibir los infinitos
matices grises que se encuentran entre los extremos blanco y negro. El
hemisferio izquierdo solo considera válida aquella información que pueda
demostrarse a través de hechos irrefutables, resultados medibles y datos
estadísticos
El
hemisferio derecho, por otra parte, está más vinculado con la experiencia sensorial de todo aquello que sabemos que no puede expresarse con
palabras, y que no por ello es menos real. Nos brinda la habilidad de
interpretar señales, signos y metáforas, así como la capacidad de soñar y de
comprender el significado oculto de las cosas. Este hemisferio nos conecta con
la dimensión emocional y espiritual de nuestra condición humana; nos permite
sentir la parte cualitativa, intangible e inmaterial de las cosas. Es el más
artístico, original y rebelde de los dos; le gusta salirse de la norma e ir más
allá de lo socialmente establecido. No tiene sentido del tiempo y está
totalmente centrado y arraigado en el momento presente.
Destaca
por su empatía, su compasión y su destreza para detectar los aspectos no
verbales de la comunicación. Se le dan muy bien la percepción espacial, el
movimiento y la orientación. Tiene una visión holística de la realidad,
concibiéndola como una unidad donde todo está integrado e interconectado. Entre
otros dones, el hemisferio derecho nos permite desarrollar la intuición, la
imaginación, la innovación y el pensamiento creativo; tiene facilidad para
visualizar ideas e inventar cosas que no existían y que aparentemente no eran
posibles. Y en definitiva, nos nutre de confianza para atrevernos a seguir nuestra
propia voz interior y, en consecuencia, recorrer nuestro propio camino.
Los
neurólogos han descubierto que ambos hemisferios actúan a la vez. Los dos
presentan cierta actividad neuronal –en mayor o menor medida–,
independientemente del tipo de tareas que llevemos a cabo. Ninguno de los dos
es más importante que el otro; más bien son complementarios. Hoy por hoy, la
mayoría de nosotros estamos tiranizados por el hemisferio izquierdo, y es esta
descompensación con nuestro hemisferio derecho lo que impide que muchos
conozcamos la forma de cultivar la intuición y la creatividad necesarias para
reinventarnos profesionalmente.
“La inteligencia y la creatividad de cada persona son tan singulares como su huella dactilar”
Ken Robinson
Si
bien las habilidades del hemisferio izquierdo nos han dado buenos resultados a
lo largo de la era industrial, para la era del conocimiento que está emergiendo
ya no van a ser suficientes. Ha llegado la hora de potenciar nuestro hemisferio
derecho y promover un sano equilibrio entre ambos. Para lograrlo, el reto es
descubrir un medio profesional para canalizar todo el potencial innato que
reside en nuestro interior. De pronto encontramos la manera de conjugar una
serie de elementos que antaño parecían contradictorios e incompatibles, como
por ejemplo la pasión con la profesión o la vocación con el dinero. La clave de
la cuestión es si somos lo suficientemente valientes como para escuchar lo que
sentimos en nuestro corazón