06 marzo 2012

bioenergética: la belleza de la autorregulación

El cuerpo humano como organismo vivo, trata en todo momento de encontrar un equilibrio interno que le permita mantener y desarrollar su propia vida. Dado que estamos sometidos a muchos estímulos, sean internos o externos, de naturaleza psíquica o física, el movimiento y el cambio son constantes en el organismo. Bostezamos cuando estamos cansados o aburridos, suspiramos tras aguantar alguna situación, lloramos cuando estamos en contacto con una situación o memoria que nos entristece, etc. Estos actos sencillos y cotidianos, se rigen por un deseo o necesidad de equilibrio interno. A veces, la expresión intensa de este deseo se manifiesta en diversos síntomas, que acostumbramos a ver como algo negativo, sin reparar en el papel que juegan en el reajuste corporal.

Cuando la atención consciente se dirige simplemente hacia el movimiento espontáneo, el organismo recupera una sensibilidad que le es propia. Podemos entonces apreciar en una forma más directa el estado real del cuerpo, su necesidad y sus deseos. Sentimos cada vez más la fluidez o el bloqueo del movimiento interno, sea a través de la respiración, la tensión muscular, la imaginación o el pensamiento. A la vez surge la necesidad de recuperar una mayor fluidez allí donde sentimos bloqueo.

El cuerpo se autorregula, lo hace constantemente. La expresión de esta capacidad proporciona elasticidad interior, un amplio poder de contracción y distensión tanto muscular como emocional. Esta dinámica saludable genera kálos, la belleza y el orden propios de la inteligencia poiética. A partir de este vocablo griego nos adentramos en lo hermoso cualificado también como noble, honesto, en un contexto de placer y felicidad. Desde la práctica a la teoría, transitamos la percepción corporal para llegar al ser, a la abstracción mental que nos ayuda a repetir la experiencia en otros contextos.

Ahora, desde mi experiencia, elaboro un cuerpo teórico que me dará soporte en la enseñanza, en el acompañamiento terapéutico. A lo largo de mi vida, he transitado diversos caminos en relación a lo corpóreo y por lo tanto, de sus emanaciones emocionales. A través de la danza, he experimentado como el cuerpo adquiere conciencia postural y un control primario donde la emoción y los pensamientos afloran desde dentro. En mi experiencia a través del masaje y otras técnicas manuales observo cada día como se despierta un potencial de escucha corporal que va más allá de la mente, donde el cuerpo entra en diálogo íntimo con el estímulo externo. En el camino de la bioenergética, he vivenciado que cualquier sufrimiento surge del espejismo de la distancia, que genera gradualmente miedo y odio hacia uno mismo y como consecuencia la fragmentación, la enfermedad como ausencia de amor. Las palabras de Dussel concretan esta dinámica con gran sabiduría: “sólo el que ha vivido la proximidad en la justicia y la alegría satisfaciendo su deseo, toma a cargo su responsabilidad de los iguales”.

La atención a los cambios del cuerpo, la escucha de diferentes modos de mover y articular, la exploración de ritmos, espacios y fuerzas variadas crean múltiples combinaciones de trabajo. Todas ellas, nos llevan a la integración de las diversas partes que nos conforman, la integración en el universo propio de dentro afuera y de afuera a dentro. El pulso de la vida que nos recuerda inconscientemente, cuál es el camino.
El cuello y la pelvis son dos puntos cruciales, importantes centros propioceptivos. Desde el cuello conectamos la mente al cuerpo y a las emociones. En nuestro sacro, que como el propio nombre indica es un lugar sagrado, el sagrario dentro de nuestro cuerpo, donde reside la fuerza creativa en su expresión más vital, pues desde ahí surge la nueva vida. Sin embargo también residen tabúes, condicionamientos sociales, bloqueos que un día se instauraron a raíz de los mecanismos de defensa aprendidos.

Y desearía acabar hablando de lo que constituye el inicio de cualquier trabajo desde el cuerpo. La importancia de la raíz, para asegurar un terreno de seguridad, de confianza en lo que me rodea y en mi mismo. Desde la conciencia de la raíz todo se construye, todo finalmente se diluye en la expresión última del potencial de cada ser humano. Raíz, sacro, cuello, tres puntos que servirán de apoyo a la forma de cada individuo, cada uno en su historia personal y en su momento preciso. Qué maravilla la perfección del cuerpo tal y como es! Los pilares corporales nos acercan a la dualidad, la polaridad en la que nos tenemos que aprender a manejar, la unión a la tierra y la abertura hacia el cielo, el espacio. Finalmente, todo confluye en un único punto, que soy yo mismo, que también es el otro como expresión de la misma fuerza vital. El uno en nuestro centro, la unicidad en la memoria corporal resonando con todo.