Actualmente, es bien sabido que la mente y el cuerpo reaccionan al unísono a los estímulos del entorno. De esta relación mente/cuerpo nace la medicina psicosomática, que se centra en el estudio de las interacciones entre los procesos psicológicos (mente) y la ocurrencia de ciertas enfermedades (cuerpo).
El psicólogo Robert Ader
se dedicó a investigar cómo influyen ciertos procesos psicológicos y sus emociones en la salud, ya en 1974. Según Ader, hay una infinidad de modos en que el
sistema nervioso central y sistema inmunológico se comunican.
Se está descubriendo que
los mensajeros químicos que operan más ampliamente en el cerebro y en el
sistema inmunológico son también aquellos que están más presentes en las zonas
nerviosas que regulan la emoción. A cargo de estas investigaciones está el
psicólogo David Felten. Él comenzó notando que las emociones ejercen un efecto
poderoso en el sistema nervioso autónomo (SNA), que es el que regula funciones
vitales del organismo. Detectó un punto de reunión en donde el SNA se comunica
directamente con los linfocitos y los macrófagos, células del sistema
inmunológico. Se descubrieron contactos semejantes a sinapsis, en los que las
terminaciones nerviosas del SNA se apoyan directamente en estas células
inmunológicas. Este contacto físico permite que las células nerviosas liberen
neurotransmisores para regular estas células.
Otra vía clave que
relaciona las emociones y el sistema inmunológico es la influencia de las
hormonas que se liberan con el estrés. Las catecolaminas (adrenalina y
noradrenalina) y el cortisol, entre otras, obstaculizan la función de las
células inmunológicas. Sabemos que el estrés anula la resistencia inmunológica,
supuestamente en una conservación de energía que da prioridad a la emergencia
más inmediata, que es una mayor presión para la supervivencia (Goleman, 1996).
En resumen, el sistema nervioso no sólo se conecta con el sistema inmunológico, sino que es esencial para la función inmunológica adecuada. Esto me parece fascinante y ha sido la causa de una nueva rama de la ciencia llamada Psiconeuroinmunoendocrinología.
Basándose en esto, se ha
establecido la hipótesis de que el estrés y las emociones negativas, como la
ira, la ansiedad y la depresión, podían ser la causa de ciertas enfermedades.
Las investigaciones no han arrojado datos clínicos suficientes como para
establecer una relación causal, pero sí, se reconoce que, estas emociones,
afectan la vulnerabilidad de las personas a contraer enfermedades. Se descubrió
que las personas que experimentan ansiedad crónica, prolongados períodos de
tristeza y pesimismo, tensión continua u hostilidad, cinismo o suspicacias
implacables, tenían el doble de riesgo de contraer una enfermedad, incluidas
asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras pépticas y problemas cardíacos.
Asimismo, se investiga si
las emociones positivas son beneficiosas a la hora de la recuperación de la
enfermedad. La capacidad de estar de buen humor imprime sentido de perspectiva
a nuestros problemas. Se sabe que los pesimistas descuidan su propia persona,
fuman y beben más y hacen menos ejercicios que los optimistas, que son en
general más descuidados con su salud. Podría resultar que la fisiología del
optimismo es de cierta utilidad biológica para la lucha del organismo contra la
enfermedad (Goleman, 1996). La risa brinda una liberación física de las
tensiones acumuladas y por tanto se espera que todo aquello que logre que el
hombre se mantenga emocionalmente estable y lejos de experiencias desagradables
puede contribuir a que el sistema inmunológico funcione óptimamente (López,
1999).
Todas las emociones son
buenas, mirándolas desde el papel adaptativo que juegan, sin embargo hoy se
sabe que hay algunas que si se salen de los límites normales y se vuelven
crónicas, pueden generar síntomas continuados como en el caso del estrés
postraumático. El trabajo somático y terapéutico ayuda a reorganizar la
experiencia, no sólo desde la comprensión mental sino también desde la química
corporal y sus patrones de adaptación saludables.
En mi práctica
profesional, el procesamiento ascendente desde la psicoterapia sensoriomotriz
junto con el procesamiento descendente con un modelo psicoemocional, generan
nuevas rutas metabólicas, emocionales y mentales hacia la salud integral del
Ser Humano. De esta visión más holística, el cambio es más duradero y sobre todo, más sentido en el procesamiento. Cuando escuchamos todas nuestras partes por igual surge una mayor expansión de conciencia que sin duda, nos trae un profundo bienestar.
Siguiendo esta propuesta, la sensaciones y emociones asociadas a una situación difícil, tienen la misma importancia que las creencias asociadas y se rastrean ofreciendo un lugar común de integración. Según el impacto de la situación de conflicto se ofrecen diferentes recursos de apoyo y así, se realiza un trabajo más profundo en los tema de apego y quizás traumáticos de nuestra historia. Por ejemplo, la autoobservación de la ansiedad en el cuerpo permitiría procesar la vivencia para llegar a un discurso anclado en la memoria implicita. Desde esa memoria antigua surge la experiencia faltante que tanto aparece en nuestros patrones de repetición: parejas parecidas, jefes con el mismo perfíl, debilidades que parecen no superarse nunca... La toma de conciencia hablada desde esta presencia interna permite una integración con menos defensas y con una mayor durabilidad. Al fn y al cabo, cuando nuestra conciencia interior recibe lo que le faltó el sistema se relaja y la sanación sigue su curso natural, como el río que algún día llegará al mar.